Novelista formidable y desconcertante, Juan Carlos Onetti es, asimismo, un maestro del relato y del cuento, territorios de la brevedad en los que su poética alcanza el punto máximo del desconsuelo. La suave genialidad de Onetti es manejar como única materia novelística el trabajo del tiempo. La historia que cuenta en La novia robada (1968) no traza más que la desventura de una mujer, Moncha Insaurralde, dominada por su vestido nupcial; una novia venida de un viaje a Europa para casarse con un muerto, Marcos Bergner. Es el recuerdo de un recuerdo: el de la joven Moncha cuyo matrimonio no llegó a realizarse y cuyo vestido de novia utilizaba las noches de luna.
Este relato se inscribe dentro del ciclo de Santa María, lugar inventado por Onetti, donde se desarrollan varios cuentos del autor, y no es tan sórdidos como pueden serlo, por ejemplo, El astillero o Juntacadáveres. Estamos ante una breve joya de todo un maestro, que no necesitan excusas.
Reseñas
«Ningún otro autor le dio una voz tan consistente a los silenciosos, los derrotados por las circunstancias, los solitarios. Hoy, en tiempos de fundamentalismos y fanatismos por todos lados, el escepticismo de Onetti es una virtud rara y preciosa. Su obra -una exploración de los sueños en el subsuelo- forma parte de nuestro tesoro, muestra una gema en la oscuridad.»
Alonso Cueto, Letras Libres
«La novia robada es un tango reescrito por Mozart. La historia no traza más que la desventura de una mujer dominada por su vestido nupcial, destruida y exaltada por las sedas, los encajes y las puntillas. El hábito hace y deshace al monje... Es un cuento de hadas ponzoñoso, agriándose en sombrío relato gótico. Nadie como este autor para describir la vida cotidiana de los fantasmas, la vida fantasmal de las personas cotidianas.»
Antonio Alerce, Diorama de la cultura
«Dueño de una fulgurante e inimitable escritura por la que deambulan, con pasos perdidos de insomnes o desvelados crónicos, los habitantes del reino de este mundo al que llamó Santa María. (...) Hay en este cuento una desesperación tranquila, una asombrada piedad por los destinos, marcados por la fatalidad de una suerte de encanallamiento lúcido, de sus criaturas conocedoras de los golpes de la ira.»
Juana Salabert, El Mundo