Sevilla, verano de 1898. En nuestro puerto sin mar, vagan los perros sedientos a cincuenta grados a la sombra, y los pájaros de tierra se estrellan contra los escaparates de los comercios buscando el refugio del interior.
El 6 julio, el capitán Antoine Morandé arriba en el muelle Camaronero. Trae el encargo de llevar a Francia un piano de gran cola de la firma Piazza que perteneció a la reina María de las Mercedes. Aquello que debía de ser un mero trámite se complica al comprobar que sus ochenta y cuatro teclas suenan a duelo.
A partir de ese momento, nace la leyenda del piano melancólico de los Montpensier y con ella, un relato épico en el que Antoine Morandé, hombre incierto con tres verdades ciertas; una afinadora de piel tibia y manos prodigiosas llamada Artemisa; una contrabandista de ajuares para novias apodada la Tres Ombligos y un oficial de carabineros que cree que Dios dormita bajo el horizonte del Atlántico, tratarán de salvar a María de las Misiones, huérfana bantú de siete años a
quien el arzobispo castrense se trajo de ultramar vestida de novicia.
Mezclando la rigurosidad de la crónica histórica con la seducción del realismo mágico, Las duquelas en caló: los pesares continúa la saga de los Tiempos del Porvenir iniciada por el autor con El retratista de los niños muertos, transportándonos a una fecha anterior en la que una jovencísima Davinia acaba de finalizar sus estudios y únicamente sale de su mansión de la avenida de las Bombillas para limpiar la tumba de su madre.