¿Quién conoció la antigua desnudez de las danzas humanas? ¿Quién conoció las ricas vestiduras con que los hombres, armados con el silencio de sus dioses, se volvieron hacia el mundo sedientos de sí mismos? La gracia de los labios, las cabezas inclinadas como donaires de una luz poniente, la cacería al alba, bajo el sonido de los cuernos, de nuestros más acreditados apetitos, ¿quién podrá repetirlos ahora?