«Acabo de cumplir cincuenta y un años, la edad que entonces tenía mi padre. He pensado que podría ser un buen momento para escribir sobre aquellos dos días y sus noches.» Los dos días y sus noches a los que hace referencia Antonio, el narrador de esta historia, son los que, recién cumplidos los dieciocho años, pasó con su padre en Marsella. Su infancia había estado marcada por la epilepsia y su familia decidió llevarlo a ver a un médico de esa ciudad que proponía una posible cura con una nueva medicación. Tres años después de iniciado el tratamiento, Antonio tiene que regresar a la ciudad para comprobar si, en efecto, ha superado la enfermedad. Esta vez solo lo acompaña su padre ya separado de la madre y, para valorar la curación, el chico deberá someterse a una prueba de esfuerzo y, con ayuda de unas pastillas, permanecer dos días sin dormir. Durante esas largas horas insomnes que pasan padre e hijo, deambulan por la ciudad, acuden a un club de jazz, atraviesan barrios poco recomendables, toman un barco para ir a una playa local, conocen a dos mujeres que los invitan a una fiesta bohemia, el chico vive su i