Desde los poemas iniciales del libro, con su elogio de las "chicas malas" y su vituperio de las "vírgenes necias", el poeta muestra el signo de su rebeldía a la hora de echar a andar por un camino como el del amor. Al modo de como ocurre con el Neruda de sus poemas finales, con todo el peso de la experiencia y de la vida, pero también con esa inmaculada condición del que se sabe iluminado frente a todo tiempo y toda circunstancia, Van-Halen se inclina aquí ante un amor diferente, un amor neto que rompe toda convención y toda máscara.