«De la naturaleza tomaría otra poeta joven, Esther Ramón, los animales de su escritura, animales en un límite existencial, núcleos de una vida en "caída libre". Su mundo se llena de agujeros, sin hilos que los suturen ni cuerpos que los habiten, en un animismo de Apocalipsis, a manera de monstruoso cuento infantil, donde el panteísmo se ensueña invertido como pauta de autodestrucción de la especie: la de Tundra es una estética del vómito, de los umbrales de la extinción, en la que se hace inevitable recordar al más revulsivo Leopoldo María Panero o los gestos provocadores de Juan Antonio Masoliver. Se trata de una de las tradiciones más vigorosas del siglo XX en la confrontación de lo real (de Kublin a Bataille, de Genet a Borroughs).»
Miguel Casado