El libro está organizado como una travesía habitual de avión, por lo que el vuelo es la columna vertebral del poemario, en el que cada apartado supone un destino «aéreo» puntual de interlocución poética, y en el que Redry se sumerge en la palabra de Benedetti, Chacel, Lorca, Pizarnik, Mistral, Whitman, Machado, Delibes, etc., entre otros muchos creadores, dando «vuelo» a sus propios poemas, inquietudes y emociones.