La luz es un no lugar. Es un factor que cambia la posición de los cuerpos, la óptica que tenemos de ellos. El escritor aspira a poseerla, a saber su funcionamiento, a ser quien dirija su foco. Escribimos desde la ilusión de ser el proyector que genera las emociones, pero al tiempo nos conformamos con ser la pantalla donde se reflejan los fotogramas. Aspiramos a ser estrella, creemos ser planeta y tenemos suerte si somos satélite. Al menos giramos aunque no sabemos quiénes somos ni hacia dónde. Estas y otras perplejidades son las que intenta dibujarnos José Ignacio Montoto Mariscal, en un libro que cristaliza emociones líquidas, que trata de retenerlas como el ámbar trata de atrapar la luz. Un puñado de verdad para un tiempo de sombras.