En noviembre de 1975, David Richard Berkowitz se encerró en su pequeño piso de Yonkers. Cubrió las ventanas con sábanas e inició una extraña vida ascética. Enseguida empezó a escribir mensajes en las paredes, dictados por los que él creía demonios: «En este agujero vive el Rey Malvado» o «Convertiré a los niños en asesinos», entre otros. Tras dos meses de reclusión, emergió transformado en el Hijo de Sam, uno de los asesinos en serie más ilustres de los últimos tiempos. En cierto modo, el escritor también actúa siguiendo las órdenes de sus particulares demonios; por fortuna, los productos de su arte gozan de una mayor aceptación social que los del asesino. ¿O tal vez no?
Convertiré a los niños en asesinos recoge un puñado de relatos que coquetean con ciertos géneros que hace mucho tiempo dejaron de ser considerados menores: el género negro, el fantástico, el terror? El lector encontrará en ellos asesinos y víctimas, figuras a veces indiscernibles de las del propio narrador.